Colombia, febrero de 2010 - No. 1


Editorial
bullet Velada inaugural de Gotas de tinta
bullet Crónicas de Luis Tejada
bullet Gotas de tinta - La revista No. 2
 

Pedro Arturo Estrada
Pues al fin, la vida es lo que no se ve más allá del borde mismo del yo

 
Bertolt Brech
Si los tiburones fueran hombres, ¿se portarían mejor con los pececitos?
 
Dulce María Loynaz
El cielo era tan grande que tuve que cerrar los ojos…
 
Klaus Ziegler
Para el Reverendo Pat Robertson la terrible tragedia del pueblo haitiano es harto justificada
 
Frank Bedoya
¿Es Mi Delirio sobre el Chimborazo un escrito auténtico del Libertador Simón Bolívar?
 
María Jaramillo
La vuelta a Santander en seis días
 
Carlos Castro Saavedra
El labriego no entiende que la tierra que pisa sea ajena...
 
Rodrigo Gallego
Sin disparar un solo tiro la República de Panamá izó su bandera el 6 de noviembre de 1903
 
 

Nuestra portada

Obra de la pintora-escultora
María Victoria Ortiz
Email: totart@une.net.co

Título: El Aleph - 75 x 60

Técnica:
óleo/madera, empastes, circunferencia en roble. 

Obra inspirada en el libro de Borges. El astro representa el diminuto Aleph, donde él pudo mirar "el inconcebible universo".

Apartes de El Aleph de Jorge Luis Borges

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violeta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi los sobrevivientes en una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje de amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en el Aleph otra vez la tierra y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.


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