¡Maú tiene gripa!
Maú se alejó de sus compañeros. Y caminó en dirección al corrillo de las niñas del grado segundo, que estaban a punto de destapar la lonchera.
A medida que se iba acercando, cogió la lonchera con las dos manos, y llevándola hacía adelante, a la altura de la cintura la empezó a menear, siguiendo con ella, el ritmo con el que movía su cabeza.
Cuando sintió que se acercaba aún más al grupo caminó, simulando puntitas, cómo quién no tiene ganas de llegar.
Las niñas, del grado segundo, que no le perdían movimiento, se rieron. Maú, aprovechó la simpatía del grupo, elevó hasta la altura de la cara la mano derecha y, abrió y cerró los dedos para saludar.
Las niñas respondieron simulando una sonrisa, a la vez que elevaron las manos hasta la altura de la cara, y las agitaron para decir adiós.
Maú, ignorando ese último gesto, abrió espacio entre ellas. Se sentó y destapó la lonchera.
Las niñas de inmediato se hicieron ojitos y mientras fruncían la boca, cerraron las loncheras, se levantaron y se fueron.
Sin entender lo que pasaba, Maú, las vio alejarse, caminando acompasadas y voleando de un lado para otro las largas cabelleras.
Iba a pararse para seguirlas, pero, al ver la dona cubierta de azúcar pulverizada la boca se le hizo agua y, agarrándola, la engulló, haciendo escurrir por entre los dedos el arequipe.
Y, mientras observa a los niños que juegan en el descanso, se chupó los dedos; luego tomó el jugo con vitamina C.
Cuando terminó, cerró la lonchera y se levantó dispuesta a integrarse a uno de los tantos corrillos.
Caminó en dirección al grupo del grado cuarto. Llegó tarareando, y saludó con la mano, pero igual, los niños pronto desaparecieron.
¡Toó! ¡les gritó!
Y caminó hasta otro corrillo, donde identificó a varios niños que más de una vez la habían aplaudido. Se aproximó con sigilo, y sorprendió al pecoso pelirrojo, que era el más bajito, acercándole la cara con su mejor sonrisa.
Fue tal el impacto del niño, al ver a Maú encima, que hizo repulsa y con un gesto de horror, gritó:
¡Corran!
El corrillo de chicos al instante se dispersó.
Impaciente y sin entender por qué todos huían, Maú decidió seguirlos. Esto aumento la carrera, pues entre ellos decían:
¡Corran, viene Maú!
Maú, jadeante, con las mejillas rojas, y unos mechones de cabello pegados en la frente húmeda, se detuvo en la mitad del patio y observó a su alrededor.
Al ver que los niños se detenían guardando una distancia prudente, sintió que la sangre le subía a la cara.
Entonces tiró la lonchera al suelo, llevó las manos hasta la boca para extender su queja, y empezó a gritar la palabra punta, pronunciada sin la letra ene.
Ella sabía que si el tono que utilizaba era suave, causaba risa, pero, si por el contrario, el tono era fuerte y extendido con un largo énfasis causaba enojo.
Y así, fuerte y extendido grito una y otra vez.
A medida que amplificaba su queja, restregó, una y otra vez, las mejillas con el incontrolable producido de su nariz.
La profesora, cuando la escuchó, corrió hasta donde ella y mientras la serenaba, la llevó al servicio sanitario.
Cuando Maú vio, en el espejo, su rostro hecho un pegote con una costra semi seca, de color gris viscoso, gritó:
¡No, no! Y mirando a la profesora repetía: ¡ga, ga, echa no ió!
La profesora abrió el grifo y le indicó que se lavará.
Una vez estuvo limpia y seca Maú le dio un beso de agradecimiento a la profesora. Y, con aire decidido, salió al patio; pero en ese momento sonó el timbre.
Entonces caminó hasta el corredor por el que debían subir los niños de grados superiores, y a quién pasaba por su lado lo detenía, y mientras arqueaba las cejas, y encogía los hombros, les decía con una sonrisita entre cortada, acompañada por un meneíto de cabeza:
¡Puta lipa!
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