Colombia, julio-agosto de 2013 - No. 11


Blog de Gotas de tinta
Editorial Gotas de tinta
bullet Gotas de tinta - La revista No. 1
bullet Gotas de tinta - La revista No. 2
bullet Gotas de tinta - La revista No. 3
bullet Gotas de tinta - La revista No. 4
bullet Gotas de tinta - La revista No. 5
bullet Gotas de tinta - La revista No. 6
bullet Gotas de tinta - La revista No. 7
bullet Gotas de tinta - La revista No. 8
bullet Gotas de tinta - La revista No. 9
bullet Gotas de tinta - La revista No. 10
 

Un neivano, José María Rojas Garrido, fue el principal protagonista de la Convención

Hoy, Sesquicentenario de la Constitución de Rionegro (1863)

El 8 de mayo de 1863,  en la ciudad de Rionegro (Antioquia), se promulgó la  Constitución federal de los  Estados  Unidos de Colombia, que así recuperaba el  nombre bolivariano de  Colombia para la Nueva Granada. Los nueve estados  que la conformaban, Antioquia, Bolívar,  Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander  y Tolima, se federaron, es decir, se  unieron, “a perpetuidad”, “consultando su seguridad  exterior y  su recíproca ayuda”.  Reunida en esa apacible población antioqueña, la Convención inició sus deliberaciones el 4 de febrero de 1863 y las culminó este día al promulgar la nueva Constitución y elegir primer presidente de la Unión al general Tomás Cipriano de Mosquera, quien  había acaudillado la revolución radical que le dio origen, única guerra civil después de la Independencia  ganada por los alzados contra el gobierno estatuido en toda  nuestra historia.

A la Convención de Rionegro asistieron  como delegados del Tolima, el  prócer caucano y líder del nuevo  Estado, José Hilario  López, elegido en la Convención como miembro de la Junta que gobernaría el país durante sus deliberaciones (único gobierno colegiado en Colombia hasta esa  época y que solo se repetirá en nuestra  historia con la  Junta Militar que remplazó a Rojas Pinilla  en 1957); los neivanos José María Cuéllar Poveda, Liborio Durán Borrero, Bernardo Herrera Buendía  y Manuel Antonio Villoria,  a quienes se unirá en Rionegro, elegido por Antioquia, el también neivano, José María Rojas Garrido.  La actuación de esta  lujosa  nómina de delegados del Estado Soberano del Tolima fue notable en la Convención. Rojas Garrido fue su estrella indiscutible no solo  por su arrolladora oratoria, sino por su sólida formación  jurídica que hará  de él el artífice de  la legislación republicana en remplazo de la colonial española, vigente hasta su época; Bernardo Herrera Buendía (padre del futuro arzobispo de Bogotá, monseñor Bernardo Herrera Restrepo) se enfrentó a Mosquera en defensa de los derechos de las monjas pobres, sin por ello renunciar a una  seria política laica frente a la religión, separada del Estado; José María Cuéllar Poveda fue un diligente trabajador en las comisiones en que se dividió  la  Convención, una de las cuales presidió, y Manuel  Antonio Villoria formó parte de la Comisión redactora de la Constitución y todo indica (leyendo las actas de  la Convención, publicadas por la Universidad Externado de Colombia al cuidado del constitucionalista Carlos Restrepo Piedrahita en 1977), que Villoria fue el redactor final de ella, o al  menos su corrector de estilo, y no Salvador Camacho Roldán como éste pretendió en sus “Memorias”, publicadas por Editorial Bedout en el  siglo XX.

La Constitución de 1863

La Constitución de  Rionegro durante 100 años (para exaltar la reaccionaria de 1886) fue descalificada acusándola de  “ilusa” con  base en una frase apócrifa  atribuida falsamente a  Víctor Hugo. El gran historiador Malcolm Deas, indudable autoridad en la materia, la cree  “realista” y el presidente  Alfonso  López Michelsen, en memorable discurso en la Universidad Externado de Colombia, publicada bajo el nombre “El espíritu  y la obra de los  radicales colombianos” (1985, p.26), dice:

“Al lado de ciertos lunares, la concepción de la Constitución es  majestuosa. Se concibe una República consagrada particularmente a la educación, para formar ciudadanos  que puedan disfrutar plena  y responsablemente  de las libertades  y garantías sociales. Los brotes crónicos  contra el orden público, que  habían asolado  hasta entonces la República, se localizan y circunscriben a la órbita de los Estados, procurando que el virus no se extienda a todo el territorio. Sólo  una guerra civil, óigase bien, de carácter nacional tuvo ocurrencia durante la Federación. Una guerra de carácter  religioso (1876), provocada por el enfrentamiento  de las intolerancias, y atizada  por los gérmenes de disolución en  el seno del Partido Liberal, uno de cuyos sectores (el nuñista) estimuló el levantamiento conservador. En cambio,  qué  gran ejemplo de respeto a las libertades ajenas, el que, siendo el Gobierno Nacional de un color político, se permitiera, sin interferencia alguna,  el gobierno del otro en Estados como Antioquia  y el Tolima. Nunca conoció el  Estado  de Santander gobiernos tan probos  y progresistas  como el de aquellas edades. Colombia se enrutaba   por el buen camino  bajo las instituciones  de la Federación, cuando  factores que nada tenían que ver con el Derecho Público socavaron definitivamente el avance cultural, político  y económico de nuestro  pueblo”.

Los gobiernos regidos por la Constitución de  1863

El actual veedor del liberalismo, Rodrigo Llano Isaza, en una conferencia dictada en Medellín, el pasado 6 de febrero de 2013,  en la Biblioteca Pública Piloto -Auditorio Torre de la Memoria-, para presentar el libro "Mi  autofotografía Moral y Otros Escritos" de Camilo Antonio "El Tuerto" Echeverri, editado por la Universidad Autónoma Latinoamericana en su colección Bicentenario de Antioquia, dijo:

“No se conoce en la historia política colombiana un grupo humano que hubiera dejado una huella mayor, que pueda ser mostrada a las nuevas generaciones como un ejemplo, que el que dejaron estampado en las páginas de la conducción de los pueblos este conglomerado de ciudadanos que nacieron en el ejercicio de la Escuela Republicana. Allí se llamaron "Gólgotas" por la expresión de José María Samper, antes de que se hubiera volteado políticamente, en que afirmaba que sus teorías eran el reflejo de lo que expresaba el mártir del Gólgota. Lázaro Mejía Arango en su extraordinario libro Los Radicales (1), nos señala cuatro características de ellos: “Eran teóricos porque creían en la fuerza de sus ideas políticas….eran románticos porque soñaban con un país en el que primara la igualdad y la libertad…..eran dogmáticos porque defendían con pasión y ahínco lo que pensaban sobre la nación”. Pero fue la cuarta característica la más destacada y la que más llama la atención en los momentos políticos actuales: “En todos los gobiernos Radicales se practicó una estricta ética política. Ninguno de los mandatarios de esa corriente se vio involucrado en manejos incorrectos de la cosa pública, y todos entendieron lo sagrado de la gestión de los asuntos oficiales. Los Radicales que tuvieron figuración en los gobiernos fueron muy atildados en su vida privada: dedicados al servicio de las causas de la república, descartaron las prebendas oficiales y actuaron siempre revestidos de la mayor austeridad”.

Y continúa el veedor Llano  Isaza:

“Bien conocida es la anécdota de don Santiago Pérez, quien una vez llegado a la Casa de los Presidentes de los Estados Unidos de Colombia vio que no había un comedor digno y se llevó el de su casa. Al terminar su mandato, en el trasteo, alguien pretendió empacar el comedor y don Santiago le dijo: “Quieto, ese comedor se queda aquí, nadie lo vio entrar, pero todo el mundo lo verá salir”. “Es un orgullo para el Liberalismo, poder decir que todos los Presidentes del Radicalismo, regresaron a la vida civil con menos bienes de los que tenían al asumir el primer cargo de la nación. Y que nunca, nadie, se atrevió a cuestionar la honestidad de sus conductas públicas”.

Sobre la obra material de gobierno de los radicales, fruto de la Constitución de 1863, Llano Isaza  escribe:

“En las obras de progreso físico hay que destacar su labor en la construcción de ferrocarriles, especialmente el de Panamá, uno de los primeros del mundo en terminarse, en la firma de los primeros contratos para la construcción del canal de Panamá, la instalación del telégrafo y el establecimiento de los primeros bancos. En la educación el Decreto Orgánico de la Instrucción Pública que lleva las firmas del Presidente Eustorgio Salgar y de don Felipe Zapata como Secretario, la fundación de la Universidad Nacional y el Manual del Ciudadano escrito por don Santiago Pérez, dan razón de la preocupación de los Radicales por llevar la educación al pueblo sin distingos de raza, religión o bienes de fortuna. En el ramo de las ciencias impulsaron el desarrollo de la Comisión Corográfica, segunda gran expedición científica después de la Expedición Botánica que dirigía el sabio gaditano don José Celestino Mutis, la cual no tuvo la continuidad en otros gobiernos y no se ha vuelto a repetir. Se sembró el café que sostuvo la economía nacional por más de cien años. Se instalaron los primeros teléfonos y se trajeron al país los primeros automóviles. Su gestión internacional no le ocasionó desmedro al mapa colombiano, el cual se ha visto reducido en casi un 40%, sin que el Liberalismo haya dejado perder un solo centímetro y con la insólita abulia de los colombianos, a los cuales no les ha importado este tema que en otras naciones hubieran hecho sonar los tambores de guerra. La defensa del modelo federal de gobierno, tema tan cercano y tan sensible para los antioqueños, le hubiera dado a las regiones el impulso del que se les ha privado con el modelo centralista que nos impuso Núñez hace 126 años. Las tesis agrarias y el modelo de desarrollo impulsado por Manuel Murillo Toro, el más ínclito de los Liberales colombianos, en su carta “Dejad Hacer” dirigida a don Miguel Samper, habrían permitido el establecimiento de una economía para un país desarrollado y en paz”

Y el veedor del liberalismo, Rodrigo Llano Isaza, termina en su  interesante conferencia así:

“La tolerancia política y el respeto a la expresión de la oposición recibieron desde la Casa de los Presidentes de Colombia un maravilloso ejemplo. Cuando en su segunda administración, Murillo Toro fue atacado desde el periódico conservador El Independiente, les dirigió una carta felicitándolos por su oposición y comprándoles cien suscripciones, para que pudieran sostener la publicación y seguir con su crítica”.

La obra de la Constitución de  Rionegro, máxima realización del liberalismo radical que hoy cumple  150 años de ser promulgada, es símbolo del idealismo intelectual de ese  partido, lamentablemente olvidada por las nuevas generaciones directivas, con más compromiso con el moderno neoliberalismo que con sus principios originales, inspirados, con Manuel Murillo Toro inicialmente y después con Rafael Uribe Uribe y Gaitán en el socialismo democrático europeo, que en varios países de ese Continente  garantiza la felicidad de los  pueblos.

Nota

(1) Lázaro Mejía Arango. Los Radicales. Universidad Externado de Colombia. Bogotá. 2007.  Página 15.


Inicio | Editorial | Literatura | Historia | Opinión | Tejada | Nosotros | Contáctenos